Después del paso del 'Especta-Cullum' del sábado, la Cantera de Nagüeles se preparaba para tomarse un respiro. Nadie mejor para ello que Noa (Ajinoam Nini, 1969), la cantante neoyorkina que vive en Israel, y que ofreció un repertorio delicioso en el que su mensaje, su compromiso, su conciencia y su intención en general por la convivencia en paz entre culturas no sólo en su tierra, sino en todo el mundo, gravitó como lenguas de fuego sobre las cabezas de todos los presentes. Su regalo musical encendió la llama espiritual de este festival que también guarda parte de la recaudación para fines benéficos.
Alrededor de 1.500 personas arroparon su directo en la tercera cita de Starlite y resultó más que un contraste ver cómo se destaparon ante su elegancia tribal la collera de la vieja jet set marbellí, Orleans, Rudy, Gunilla, Lomana entre otros y el eterno 'golfo' simpático, con copazo en vaso de balón de Luis Ortiz al frente. Para todos ellos sobre todo cantó la nada frívola Noa que llegó al centro del escenario descalza y que buscó en sus raíces judías y yemenís el éxito de la música que no defrauda.Que está en la raíz de lo que somos.
Para lanzar sus mil formas de decir te quiero, se hizo acompañar de uninmejorable cuarteto de cuerdas italiano, violines, viola y chelo y su inseparable compañero desde hace dos décadas por escenarios de todo el mundo, Gil Dor. La atmósfera que crearon pareciera por momentos responder a un alto en el camino de una caravana por la ruta de la especias, un grito de alegría en Sabath, una de las mil y una noches en Bagdad o una llegada a puerto en el Nápoles español.
De todo ese primitivismo y esa Babilonia imaginaria surgieron sus primeros guiños a la cultura de la que procede y ama, la hebrea con 'UNI', 'Mishaela', 'Yalda im Tzamot' o 'He chalil'. Ni un tono fuera de la armonía y eso que a ratos le dio por tocar y con mucho 'age' los timbales mientras cantaba como una zíngara en el desierto. Hubo momentos más reconocibles como ese 'Child of man' de Sting o ese I don't Know aunque el momento más sentido de la noche llegó cuando dedicó uno de sus grandes temas 'Eye in the sky' a las víctimas de la tragedia ferroviaria de Santiago.
En su intento por trazar puentes, cantó hasta en cinco lenguas, portugués, español, hebreo, inglés e italiano y fijó en la conciencia del respetable al Mediterráneo como ese viejo mar de convivencia pacífica. A este último idioma le dedicó el grueso de su actuación, recordando su disco 'Noapoles' y temas como 'Santa Lucía' o 'Tammuriata Nera'. Además reivindicó el papel femenino en su cultura y en general en todas las del mundo: "Dedicado a todas las mujeres fuertes que se han sobrepuesto a prejuicios sociales y religiosos", acordándose de su abuela y seguro teniéndose a ella como bandera moderna entre la ultraortodoxia judía.
En los bises se presentó con un aria cuya letra respondía a una canción infantil de su tierra sobre gallos y gallinas (Chiken aria cop), sin duda un gesto de rebeldía ante su madre "que siempre le hubiera gustado que cantara algo serio", dijo entre risas. Para terminar aflojó los lagrimales con 'Capriciosso', 'Uno queriendo ser dos' o el famoso tema que encumbró a Benigni con 'La vida es bella'. Innegociable el recuerdo al exterminio. Todos estos en español. Para salir con una sonrisa deseó paz en su lengua madre con 'Shalom, shalom' mientras entreveraba los 'Shalam, shalam' árabes. Y resultaba muy difícil entonces imaginársela vestida de militar por las calles de Tel Aviv.